Fragment
Entramos en el adosado y José Miguel me mostró el contenido de su bolsa.
Él había cocinado un estofado de carne con patatas y verduras.
El olor y la apariencia eran fantásticos. Comenzamos a trabajar y a las dos paramos para comer.
José Miguel calentó el estofado y preparó la mesa para los dos.
Durante la comida, él me sorprendió hablándome de música clásica.
Era un experto en Mozart y Beethoven. La situación resultó tan agradable que, durante una hora, olvidé la novela que estábamos preparando. Estaba claro que José Miguel también tenía sentimientos hacía mí pero, quizás por timidez o quizás por inseguridad, él no quería demostrármelos.
En mi mente, yo imaginé las ideas que estaban pasando por la cabeza de José Miguel: Soy un hombre de pueblo; trabajo en una granja de cerdos y no tengo mucho dinero. ¿Puedo tener una relación con una famosa escritora, joven, guapa y rica como Jacinta? Eso sería un sueño para mí, pero es casi imposible para un hombre como yo...
Por la tarde, volvimos al trabajo. Yo escribí algunas notas para hacer la base de la primera parte de la novela: ‘John Taylor, el hombre que llegó a Ojales desde un lugar mucho más sofisticado; él pensó, con soberbia, que era mejor que toda aquella gente del pueblo; pero se enamoró de una mujer de Ojales y cambió su vida’.
A José Miguel le encantó aquella historia de amor, aunque no era un hecho real, sino pura fantasía de mi mente. Él me ofreció un par de pequeñas ideas que yo acepté encantada para incluirlas en la novela.
A las siete y media de la tarde, el sol se estaba poniendo y en el cielo aparecieron algunas nubes ligeras y un color rojo claro de una belleza increíble. José Miguel y yo nos acercamos a la ventana para disfrutar la vista.
Mi cabeza se puso al lado de la suya y en silencio, nuestros ojos se miraron.
Yo moví mis labios, me acerqué a él y lo besé.
Fue un beso pequeño, dulce y suave. José Miguel, por sorpresa, se echó hacia atrás y me preguntó:
» Jacinta, ¿qué haces?
» José Miguel, yo ... eh... tú ...
×